En pleno proceso de digitalización de la hemeroteca de la biblioteca popular Sarmiento, realizado por el Museo Casa de Haedo, se encontró una crónica que describe los tres días del carnaval de 1863. Se trata del registro más antiguo de esta fiesta en la ciudad.
El Carnaval es una celebración popular que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana, que se inicia con el Miércoles de Ceniza, y cuya fecha varía entre febrero y marzo según el año. A pesar de las diferencias de celebración en todo el mundo, su característica común es la de ser un período de permisividad y cierto descontrol.
En Gualeguaychú, el documento más antiguo que hace referencia al carnaval, fue encontrado hace pocos meses en las páginas de un ejemplar del diario “La Democracia”, de 1863.
El artículo forma parte de la edición número 20 del año 1 del diario “La democracia” que, según se indica en su tapa, se publicaba por la imprenta del Comercio, tres veces por semana y el costo de su suscripción era de un patacón mensual.
Bajo el título de “Carnaval”, la crónica comienza asegurando que “jamás ha habido en Gualeguaychú un carnaval más animado que el de 1863”, de modo que si bien este es el registro más antiguo de la realización de esta fiesta popular en la ciudad, podemos inferir que ya llevaba un tiempo celebrándose aunque, según el autor, no tan animadamente.
“El domingo estuvo triste pero el lunes y martes todo salió fuera de quicio. Con el título ‘Sociedad de la Bomba’, salieron de la Comandancia (punto de reunión) dos carretas tiradas por bueyes, tripuladas por más de veinte personas en traje de marineros y con la bomba de incendios y provistas de cuanto proyectil carnavalesco se ha inventado a atacar los varios cantones que el bello sexo defendía”, comienza describiendo.Ya por entonces se hablaba de comparsas. El relato de “La Democracia” continúa haciendo referencia a “la comparsa Los Grullos”, que con un carro adornado con banderolas y follajes diversos “recorría las calles alegremente”. Según el cronista, “los caballos blancos con los mantos punzones y penachos eran de un efecto agradable” y “el traje adoptado por los Grullos fue de mucho gusto y sencillo”.
El relato también menciona la participación de un carri-coche con gente de a pie, la muerte simbolizada por un esqueleto y la vida, con un ángel: “la muerte iba delante de la vida y mientras los muertos cantaban un De profundis, los vivos entonaban una alegre orgía”.
Seguidamente, la crónica adopta un lenguaje bélico para describir “el combate en toda regla” que se daba en los cantones: “La bomba despidiendo un torrente de agua, una lluvia de flores, coronas, huevos y cartuchos arrojados por los beligerantes; el ruido, los gritos alegres de los combatientes, los esfuerzos de las bellas defensoras de los cantones daba una animación nunca vista”.
En ese sentido, el cronista (suponemos que se trata de un hombre) destaca el valor de las señoritas que “sostenían el pabellón de guerra” y que “no retrocedían de su puesto a pesar de recibir a pecho descubierto toda clase de proyectiles sin que los asaltantes pudiesen tomarles ningún trofeo”.
A esta altura del minucioso relato ya sabemos que los carnavales de aquella época consistían en “combates” entre comparsas y cantones entre quienes se quitaban banderas a modo de trofeos, e inferimos que las comparsas estaban conformadas por hombres, mientras que los cantones, por mujeres.
La información detalla que “los Grullos perdieron dos banderas, una que les tomó el Cantón Acosta y otra que les tomó el Cantón Mosqueira. Por la noche una de esas banderas figuró en el salón de baile del teatro como trofeo tomado al enemigo. Los Grullos, si bien fueron derrotados en unos cantones, tomaron una magnífica corona al cantón Domínguez, que estaba destinada, según la tarjeta, a la sociedad de la Bomba. No se crea por esto que la bella guarnición de este cantón se batió con menos gallardía que otros, pues la toma de la corona no importó una derrota sino que fue por la sorpresa propia de la guerra”.
Finalmente, este cronista carnestolendo de 1863 resume: “El carnaval de 1863 deja época en Gualeguaychú. El entusiasmo fue general y contagioso. Hemos visto hasta personas muy graves (sic) confundidas con los jóvenes. Los dos últimos días las calles estaban llenas de comparsas. Estudiantinas con guitarra y pandereta cantando alegres canciones. Comparsas a caballo o a pie. Unas que tocaban acordeones, otras que llevaban un tambor, otras con un órgano”.
Describe la presencia de diferentes personajes, incluso la de “un cronista que conocemos anduvo vestido de pillo con mariñaque”. Gracias a él, sabemos que en aquel carnaval hubo también tres noches de baile, durante las cuales “las bellas guerreras que por la tarde sostuvieron su cantón con honor conquistando la admiración pública, por la noche hacían otra conquista con sus gracias volviendo locos a más de un grullo o de un bombero”.
Para culminar su relato, el cronista de 1863 destaca el orden en el cual se desarrolló la fiesta, que no haya habido que lamentar ninguna desgracia, e insta a sus lectores a prepararse para la Cuaresma, con ayunos y penitencias y citando al Génesis: “Memento homo quia pulvis eris et in pulvis reverteris”.